Publicado en blog Migraciones. Reflexiones cívicas en el Día Internacional del Migrante*
“El hombre no es un árbol: carece de raíces, tiene pies, camina. Desde los tiempos del homo erectus circula en busca de pastos, de climas más benignos, de lugares en los que resguardarse de las inclemencias del tiempo y de la brutalidad de sus semejantes. El espacio convida al movimiento y se inscribe en un ámbito mucho más vasto y en continua expansión” (Goytisolo 2004).
El hecho de que haya un día dedicado a
los migrantes es una buena ocasión para pararse a reflexionar un momento
sobre una situación que es constitutiva del ser humano. Y hacerlo
movidos no sólo por un mero afán especulativo, sino también por un
objetivo práctico. Se trataría de fomentar un debate fundamentado en
principios que lleve a garantizar mejor la protección de los derechos de
todos los migrantes, dondequiera que se encuentren y sea cual sea su
situación.
El desplazamiento a lo largo y ancho del planeta en búsqueda de un
entorno propicio en donde satisfacer sus necesidades básicas o en donde
mejorar las condiciones de vida es “una cualidad innata” de los seres
humanos, una cualidad, que, como afirma Livi Bacci (2012, 10),
“ha hecho posible la supervivencia de cazadores y recolectores, la
dispersión de la especie en los continentes, la difusión de la
agricultura, el asentamiento en espacios vacíos, la integración del
mundo, la primera globalización del siglo XIX”.
Hoy, en 2013, la cifra de migrantes ha alcanzado un nuevo récord histórico: son 232 millones de personas, un 3,2% de la población mundial, las que residen fuera del país en que nacieron (cf. UN DESA 2013).
Y en el caso concreto de España, son más de 5,5 millones de personas
extranjeras las que residen en su territorio, un 12% de la población
total, mientras que 1,9 millones de españoles residen en el extranjero.
Esa tendencia del ser humano a instalarse en nuevos lugares supone
siempre una aventura que a veces, demasiadas siempre, se torna en una
arriesgada empresa que incluye soledad, decepciones, angustias y, lo que
es más grave, abusos e injusticias.
Empatizar con el migrante es reconocerle que está hecho de la misma
sustancia que nosotros. Es reconocer que en su situación también
podríamos estar nosotros mismos o nuestros hijos, como quizás también lo
estuvieron en algún momento alguno de nuestros antepasados. Ser
migrante no es nada ajeno a nuestra condición. Serlo es un derecho
básico. Migrar es, en definitiva, un derecho humano.
* La conmemoración del Día Internacional del Migrante se estableció en 2000 por las Naciones Unidas. Era también una forma de refrendar la Convención internacional sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares, que había sido adoptada diez años antes por la Asamblea General (en su resolución 45/158, de 18 de diciembre de 1990).
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