La Real Academia Española introduce de tanto en tanto en el
Diccionario de la lengua nuevos términos por razones diversas. Son
algunas de las más comunes que la expresión correspondiente venga
usándose en la calle de forma habitual, o que proceda de una lengua
extranjera y sirva para designar algún objeto o acción en un campo del
saber. Pero existe una razón poderosa, tal vez la más poderosa, para
acoger una nueva palabra en el seno de una lengua, y es que designe una
realidad tan efectiva en la vida social que esa vida no pueda entenderse
sin contar con ella. E importa ponerle un nombre, porque mientras es
indecible actúa como hacen las ideologías: distorsionando, confundiendo
para ocultar la verdad de las cosas. Poner nombre a las personas es
imprescindible para darles carta de naturaleza ("te llamarás Eva", "te
llamarás Viernes"), tanto más a las realidades sociales, de las que
falta clara conciencia mientras son inefables.
No repugnan los árabes de la Costa del
Sol, ni los alemanes y británicos dueños ya de la mitad del
Mediterráneo; tampoco los gitanos enrolados en una tranquilizadora forma
de vida paya, ni los niños extranjeros adoptados por padres deseosos de
un hijo que no puede ser biológico. No repugnan, afortunadamente y por
muchos años, porque el odio al de otra raza o al de otra etnia, por
serlo, no sólo demuestra una innegable falta de sensibilidad moral, sino
una igualmente palmaria estupidez. Sólo los imbéciles se permiten el
lujo de profesar este tipo de odios....continuar leyendo
No hay comentarios:
Publicar un comentario