Hablar de educación intercultural va mucho más allá de los
cuestionamientos a los que nos vemos interpelados por la presencia de
los hijos de inmigrantes dentro de “nuestro” sistema educativo. Por un
lado, cuando hablamos de culturas pareciera que sólo somos capaces de
pensar sobre aquéllas que provienen de fuera de nuestras fronteras
geográficas, olvidándonos de otras culturas y subculturas internas (veganos, queers, hipsters,
grupos religiosos minoritarios, entre muchísimos otros). Por otro lado,
estamos acostumbrados a pensar en términos de culturas monolíticas,
estáticas, esenciales, aparentemente imperturbables al paso del tiempo.
De ahí expresiones del tipo “son ellos los que deben adaptarse a nuestra
cultura” (¿cuál sería exactamente “nuestra cultura”?) o “que practiquen
su religión en casa, pero que no vayan mostrando sus diferencias en
nuestros colegios” (¿se consideran todas las expresiones de “la
diferencia religiosa” de la misma forma o hay algunas “más molestas” que
otras?).
Mucha tinta se ha vertido sobre los diferentes modelos educativos
puestos en funcionamiento a lo largo del tiempo en diferentes contextos
geográfico-histórico-culturales como el asimilacionista francés, el
multicultural norteamericano o los intentos interculturales canadienses.
Nuestra intención no es hacer ahora un repaso de los mismos (para ello
se puede consultar bibliografía como: Carbonell i Paris, 1995; Martín Rojo, 2004;
entre otros) sino reflexionar sobre algunas de las implicaciones
ético-políticas e identitarias del último modelo mencionado: la educación intercultural, entendiéndolo como una posibilidad más entre otras muchas....seguir leyendo
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