Publicado por Juan Carlos Velasco el 9 marzo, 2015
Cayó el Muro de Berlín, máximo exponente de la división geopolítica del
mundo de ayer, y al poco se erigieron múltiples barreras, altas y
sofisticadas, a lo largo de miles de kilómetros de fronteras: en
América, en África, en Asia y de nuevo en Europa. No fueron construidas
con el propósito de detener el avance de ejércitos enemigos, sino de
impedir el tránsito de personas de a pie: en particular, de refugiados e
inmigrantes. Les dificultan el acceso y, de hecho, algunas están
regadas con su sangre, pero no llegan a ser realmente disuasorias. Los
intentos de entradas prosiguen con igual o mayor intensidad. Las
barreras se levantan, más bien, como iconos de la exclusión de los otros
con la esperanza de tranquilizar así a los propios con la falsa imagen
de un orden reconfortante. Pese a la apariencia contraria, son
expresivos signos de la manifiesta incapacidad de los Estados para
gobernar las dinámicas asimétricas desencadenadas por la globalización....seguir leyendo
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