Las carga el diablo
Aquellos ojos contaban demasiadas cosas. El propietario de aquella
mirada me contó su vida entera en décimas de segundo sin necesidad de
abrir la boca. Estábamos en el polideportivo de Tarifa, hace ya unos
cuantos años y yo recorría, micrófono en mano, las gradas donde los
supervivientes del naufragio del día habían sido atendidos por la Cruz
Roja y ahora esperaban, bajo una manta, que las autoridades españolas
decidieran su destino.
Era una mirada firme, profunda y resuelta. Sin atisbos de miedo ni de
victimismo. Acababa de salvar la vida y lo habían “atrapado” antes de
llegar a tierra. Ahora podía ser devuelto a su país de origen, pero él
lo volvería a intentar. Tenía unos veintinco años y procedia de Mali, y
cuando comenzó a contestarme en francés, yo ya sabía lo que me iba a
contar. Me lo había dicho todo en décimas de segundo, cuando nos
cruzamos la primera mirada.
Volveremos una y otra vez por mucho que os resistáis, llenaremos el
mar de cadáveres pero somos muchos. Insistiremos una y otra vez por
mucho que miréis para otro lado. Todo se resume en algo muy sencillo: a
vosotros os sobra y a nosotros nos falta. Y nosotros somos más. No nos
ayudáis en nuestra tierra, así que nos buscaremos la vida en la vuestra.
Queráis o no.
No dejo de acordarme de aquellas palabras, ni de aquella mirada que
lo resumía todo, desde que supe este domingo de la nueva tragedia al sur
de Lampedusa. Setecientos muertos de golpe, medio Titanic. No,
matizaban poco después, pueden ser hasta novecientos cincuenta, entre
ellos doscientas mujeres y cincuenta niños. Más de mil quinientas vidas
se ha tragado ya esa zona del Mediterráneo solo en lo que va de año.
Reza el Papa, interrumpe su agenda Renzi, compiten Hollande y Rajoy
en declaraciones pomposas pero de carril, organizan reuniones de
urgencia los ministros de Interior y Exteriores europeos. A ver quién se
rasga las vestiduras con más pompa y boato. Saben que no les creemos,
pero tienen que salvar los muebles. Tenían que haber actuado en origen
hace decenios, pero nunca acabaron de tomárselo en serio. Ellos sí, los
que se apiñan en una patera y se lanzan al mar sí se lo toman en serio,
tan en serio que se lo juegan todo a cara o cruz. Esta vez ha salido
cruz. Demasiada cruz.
Un ciudadano de Lampedusa ha decidido crear el museo de la vergüenza.
Colecciona desodorantes, biberones, zapatillas, sartenes, juguetes,
ropa… todos los enseres que encuentra en los naufragios, una vez que
retiran los cadáveres. Quiere así golpear las conciencias de quienes
olvidan que estamos hablando de la tragedia de miles de seres humanos, y
no de números. Seres humanos llenos de vida y de planes, y del ánimo
suficiente como para abandonar los infiernos donde viven y jugárselo
todo a una carta en busca de algo que creen mejor.
¿Cuántos de los ahogados este domingo tendrían en su mirada el mismo
mensaje de aquel chico que me lo contó todo en décimas de segundo hace
diez años en el polideportivo de Tarifa?: “Volveremos una y otra vez por
mucho que os resistáis, llenaremos el mar de cadáveres pero somos
muchos. Insistiremos una y otra vez…”
Siempre me acordaré de Mirian, de Isaías, de Rubén, de Virgilio, los
compañeros de televisión con quienes vivía yo aquellos naufragios, y de
sus comentarios cuando estábamos montando a toda pastilla las imágenes
de la pieza con la que intentábamos llegar a tiempo a los informativos.
– Juan, me decían, no sé cómo no nos corren a todos a gorrazos.
– Nos correrán, chicos, nos correrán.
– Nos correrán, chicos, nos correrán.
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