Por Francisco Blanco
Instituto de Filosofía del CSIC
 Acabamos de celebrar otras elecciones, y nuevamente muchas personas que 
conviven legalmente con nosotros, que pagan sus impuestos, que trabajan 
con nosotros y participan en los diversos espacios que constituyen 
nuestra sociedad, han visto negadas sus más básicas posibilidades para 
participar en las instituciones que les gobiernan y para poder 
considerar (aunque sea simbólicamente, como lamentablemente parece que 
nos tenemos todos que resignar en estas democracias “realmente 
existentes”) que las leyes que se les impone expresan de algún modo su 
propia voluntad.
Acabamos de celebrar otras elecciones, y nuevamente muchas personas que 
conviven legalmente con nosotros, que pagan sus impuestos, que trabajan 
con nosotros y participan en los diversos espacios que constituyen 
nuestra sociedad, han visto negadas sus más básicas posibilidades para 
participar en las instituciones que les gobiernan y para poder 
considerar (aunque sea simbólicamente, como lamentablemente parece que 
nos tenemos todos que resignar en estas democracias “realmente 
existentes”) que las leyes que se les impone expresan de algún modo su 
propia voluntad.
Es decir, seguimos conviviendo con personas subordinadas y sometidas por
 voluntades ajenas que se le imponen por la fuerza. Es una convicción 
moral fuerte de nuestros sistemas democráticos que las leyes y normas 
que regulan nuestra convivencia y las instituciones que nos gobiernan, 
se nos pueden imponer coactivamente porque reflejan nuestra voluntad y 
persiguen nuestro bien común determinado por nosotros mismos. Este es el
 viejo ideal, central en nuestras democracias, de autonomía y 
autogobierno, de “soberanía del pueblo”. En palabras del filósofo 
norteamericano- Michael Walzer:....continuar leyendo
 
 
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